Siempre he pensado que la literatura de calidad habla por sí misma. Después sobrevienen los acuciosos embates de la crítica y de los hermeneutas de toda filiación y bandera. Y los excelentes libros de José Donayre, por supuesto, ya caminan por ahí, solos, sueltos en plaza, esgrimiendo los desafíos de su particular concepción narrativa, sin que valgan los juicios o las interpretaciones sesudas para darles más brillo, que es propio o autónomo.
Estas virtudes ya eran patentes desde su novela-estreno La fabulosa máquina del sueño que, en 1999, lo colocó en la cresta de una promoción de escritores jóvenes que se salían, desenfadados y atrevidos, de los usos imperantes y canónicos.
La reedición de haruhiko & ginebra —novela brevísima en doce partes—, en bello formato —reflejo del buen gusto y sensibilidad de Cecilia Podestá—, nos brinda la oportunidad inmejorable de paladear, con fruición, el placer de lo mínimo, de los microcosmos que, al mismo tiempo son universos enteros, con sus nebulosas, galaxias, planetas, soles y pulsares.
La docena de cuadros que integra el libro constituye una suerte de tema con variaciones respecto de la creación y sus insondables misterios. La sutileza con que Donayre cubre, a la manera de velo, una dimensión apenas entrevista, potencia sin duda alguna el caudal de connotaciones que una propuesta semejante es capaz de generar.
Y ese es, entre varios por supuesto, uno de los méritos de la delicada novela: el colocar a los lectores en una posición de incertidumbre o asombro ante una realidad que se transforma una y otra vez. Nuevamente, José Donayre ha sabido traducir a un plano narrativo sus obsesiones acerca del mundo y sus construcciones.
La relación entre Haruhiko y Ginebra, sometida al cambio continuo, va más allá del encuentro entre un oriente anclado todavía en la espiritualidad de viejo cuño y un occidente en picada, en franca decadencia y sin horizontes.
También excede los contornos del simple pretexto para apoyar un ejercicio suntuoso de virtuosismo. Es, sobre todo, historia, relato, en el cual, por los fastos de la escritura, quien contempla se transforma en contemplado.
La escena final, en la que un transfigurado Haruhiko aparece en un sello postal que Ginebra, no sabe si venderá o coleccionará, le imprimen al texto esa cuota de dislocación que el autor ya ha cultivado con largueza y alta solvencia narrativa.
Los buenos libros, dije al inicio, deben hablar por sí solos. haruhiko & ginebra lo hace de manera incontenible y generosa. Un motivo más para decir que el resto es silencio, solo silencio.