haruhiko & ginebra es una extraña nanonovela (novela petit, micronovela, rorronovela, etc. El narrador Arturo Delgado Galimberti la denominó fallidamente «noveleta», y la escritora Rosa Arciniega, allá por los años treinta del siglo pasado, «cápsula de novela», lo que se aleja del término galicado nouvelle, que implica un texto más extenso y un escenario más vasto). Construida a base de guiños y conceptos que provendrían de la síntesis narrativa, praxis que se aleja de los artilugios o el sabaneo balzaciano o lo que Sthendal resumía en un puro expresionismo de novela como sinónimo de «un espejo paseado a lo largo del camino», obviamente porque aún no se había inventado el cinematógrafo, sino habría dicho —suponemos— que la novela era la filmación exacta, meticulosa y casi morbosa de la realidad.
De ahí que, alejado del ropaje literario, Donayre antitéticamente deviene en la aplicación de lo necesario, lo indispensable, lo mínimo, como ocurre con Thomas Bernhard (Austria) y su conocido cuento «Madre»: «Por años, después de la muerte de mi madre, el cartero continuó entregándome las cartas dirigidas para ella»; y «El dinosaurio» conocido y escrutado cuento del guatemalteco (nacido en Honduras) Augusto Monterroso. Así como muchas de las narraciones de Cortázar y Borges; aunque por ahora no es claro el panorama de la nanonovela sobre todo en relación a la extensión promedio (conste que para el minicuento o cuento breve ya se han establecido ciertos referentes y parámetros como las 500 palabras propuestas por la italiana Giovanna Minardi, las 400 palabras de Lauro Zavala o las 350 de Dolores Koch. La nanonovela espera a los tasadores y taxonomistas de la literatura).
haruhiko & ginebra es una historia de amor entre un caballero soñador con pretensiones literarias que «está escribiendo mentalmente su propia historia. un relato sencillo. una novela poblada por fantasmas, princesas y dragones», y una bella damisela secuestrada y sometida por un proxeneta en un antro llamado «la salamandra» (nótese los guiños: «ginebra» en su tercera y cuarta acepción en relación a desorden, ruidos y confusión de voces humanas. Y «salamandra» que en la acepción griega es más bien todo lo contrario a impureza o lo que ha sido laxado por el fuego y potenciado en la virtud). Así, Haruhiko emprende el rescate enfrentando a sus eventuales enemigos que lo multiplican y lo exceden, en valor y fuerzas, pero el rescate de lo sublime (el Amor) no admite miedos ni faltas de valor, pero siempre en el sentido orientalista; no nos olvidemos que, por ejemplo, para Bertrand Russell, el valor en el combate no es lo más importante sino el valor de pensar con calma y raciocinio, frente al peligro, y dominar los impulsos del miedo o el pánico.
Haruhiko vence y rescata a su amada de las garras de la opresión y la esclavitud. Ginebra queda agradecida de por vida y entiende que si alguien ha destruido a su amo, la libertad es un endose hacia el amante-libertador-soñador. Ginebra queda atrapada por los recuerdos que como en una visión aristotélica yace impregnado en tres momentos: el incendio, el embargo y la huida (inicio-medio-final). Primero, el incendio que es el enfrentamiento y lucha por la liberación (recordemos a Sigfrido despertando a Brunilda, Perseo liberando a Andrómeda o San Jorge y la princesa). Segundo, el embargo o resarcimiento, que es el momento en que Haruhiko despoja de los bienes al proxeneta y lo reparte entre las otras concubinas, y, finalmente, la huida, que es el no retorno, no solo físico sino espiritual, tal y como se entiende en el cambio de vida con principios orientales del budismo zen y la mismidad de la naturaleza libre de apegos (recuérdese la respuesta de Yao-Shan, un maestro zen, al ser interrogado por el camino zen; él contestó: «una nube en el cielo y agua en la jarra». Los alumnos zen no suelen preguntar nada y aceptan todo lo que dice el maestro).
Entre otras señas que se pueden percibir en haruhiko & ginebra hallo una remisión a la más antigua novela japonesa que se conoce: La historia de Genji escrita en el siglo XI por Murasaki Shikibu (c. 978-c. 1026) que es citado en esta novela y que trata de la vida del príncipe ficticio Genji, de las vidas, más formales, de sus descendientes, y que explora la vida japonesa cortesana y los refinamientos aristocráticos (música culta, poesía —aunque no de mesteres de clerecía—, perversión sexual, juegos, fantasías, etc.,) del periodo Heian durante el reinado de la emperatriz Akiko, a quien Murasaki Shikibu sirvió. Cabe notar que en La historia de Genji hay un matiz de contorno cuya luz procede del budismo el cual fustiga las alegrías pasajeras o efímeras de la vida humana, finita, imperceptible frente al gran cosmos, y de aparente sinsentido {como complemento recomiendo revisar las bellas y sugerente estampillas de Hokusai Katsushika (famoso por los grabados Fugaku sanjurokkei o las treinta y seis vistas del monte Fuji, sobre todo esa donde unas embarcaciones parecen hundirse mientras al fondo permanece impasible la montaña mágica de Fuji), figuras que van en el lomo de esta edición de Muro de Carne: la imagen del pulpo gigante y monstruoso «devorando» y «abrazando» con sus tentáculos a una geisha, o la mujer embarazada entregada a los placeres de la carne en una posición del Kama Sutra nos remiten indirectamente a La historia de Genji, las perversiones, las otras versiones del suceder sicalíptico}.
Curiosamente y como dice literalmente el texto: «la mayor riqueza de haruhiko son sus innumerables remembranzas, que no dependen de ningún registro impreso. en efecto, se siente rico por haber generado muchísimo valor a partir de esta absoluta carencia».
Si en occidente es el trabajo uno de los elementos que le da valor a las cosas, podemos concluir rápidamente que no hay riqueza donde no hay trabajo. Sin embargo, el texto se solaza y se zurra en la comprensión no oriental. Y de esta forma brilla el valor de la pureza.
El metatexto de esta nanonovela, o sea el texto que se escribe sobre el texto, la explicación de la explicación, la historia que cierra el círculo, lo encuentro en el acápite «música incidental» (antes de la cita hay que recordar al catoblepas y al ouroburos o la culebra que se come a sí misma en un círculo de perfección):
«haruhiko dobla tres veces el papel. en su mensaje diferencia la sutil frontera entre placer y gozo, la deleznable relación de implicancia entre sumisión y sometimiento.
ginebra tuvo la certeza de que haruhiko se ha entregado, por fin, al ejercicio de describirla, al artificio o rapto de hallar los epítetos necesarios y suficientes para capturarla.
en el papel, haruhiko consigue lo que muchos especialistas en tejer historias no logran durante años. se trata de siete frases. apenas dos párrafos. treinta y dos palabras sobre un papel doblado tres veces. apenas un asomo de verdad que establece la distancia, efecto y diferencia entre un hombre que ama y una mujer poseída por la idea del amor.»
La pregunta que queda flotando como para que el lector repase una y otra vez el texto de múltiples portales es si esta era —es— una historia de amor unilateral o son las formas de entender este sentimiento que enloquece a los hombres, desata pasiones y funda la vida en la tierra. ¿Cuáles son las diferencias entre amar y ser poseído(a) por la idea del amor? ¿Cuál es la diferencia entre la esencia, el súmmum y la apariencia o el mundo de las ideas donde no necesariamente se refracta la realidad?
Cabe recordar lo que decía Nietzsche, un hombre cambiante como ninguno, sobre las ideas de la conciencia y la construcción del pensamiento (o del hombre que es casi lo mismo): «¿qué te dice tu conciencia? Lo que ella te diga, eso debes ser» (o hacer). A Nietzsche la conciencia un día le dijo que tenía que elogiar a Wagner y lo encumbró hasta el límite de las estrellas; pero un día esa misma conciencia ubicó a Wagner en una «falsedad estética» y entonces Nietzsche deconstruyó todo lo elaborado y se desdijo. Donayre audazmente no se implica (o eso parece) y deja a los lectores la respuesta sobre la conciencia que debe primar en su novela (e incluso el término «novela» podría ser visto como una provocación, nótese que Álvaro Lasso, uno de los primeros presentadores, se remite al texto como si fuera un poemario en relación al peso del lenguaje en esta obra. Alejandro Susti, aunque en otras palabras, se refiere también al protagonismo superlativo del lenguaje), es el lector quien tiene que afirmarse y desdecirse, el que tiene que encumbrar la novela de Haruhiko o deshacerse de los artificios tomando lo evidente como cierto (toda demostración es un exceso) y lo formal como último recurso para asirse a una realidad donde lo (para)objetivo y lo (para)subjetivo se funden y nos dan la sensación de que de repente nada existe, y sólo es la nebulosa en la que pasa(n)(mos) los días y que tranquilamente puede ser una novela que se escribe, una novela que nos escriben: «haruhiko en una estampilla. ginebra duda entre venderla o coleccionarla. un pájaro codicioso observa el sello postal recortado por la puesta de sol».
Nota: no puedo dejar de mencionar la edición impecable y artesanal de este libro que ha caído en la responsabilidad de Cecilia Podestá y su Muro de Carne. El libro-objeto cobra su verdadera dimensión para transmutarse en el libro-joya hecho de cartón reciclado y asegurado a mano con tres remaches. Ese valor simbólico y agregado del «papel de la mano en la construcción del libro», parafraseando al viejo Engels, nos va a ayudar, de alguna forma, en la lectura. Al final, podemos encontrar un «certificado de antecedentes policiales» de Pepe Donayre (¿otro guiño?) y cuyo «motivo» es la «publicación de obra literaria». haruhiko & ginebra, una belleza para asir y leer.