José Donayre ha publicado haruhiko & ginebra, novela brevísima en doce partes, editada por la Librería y Taller Muro de Carne. Cada página del texto en formato de postal se corresponde con una parte de la concentrada historia de amor entre el guardián japonés de una ensambladora y una prostituta narcisista de bar arrabalero; a esta se añade, a modos de glosa, la impresión a tres cuartos de página del signo medieval «&» (escritura ligada del et latino), seguido de una explicación de su valor para confabular y sugerir. Esta grafía es el símbolo de una gramática novelística de componentes concisos y plásticos que enuncian, en clave de miniatura, una psicología erótica, una épica breve, una poética de la novela, su parodia, el elogio a las sugerencias de los signos y el silencio del signo sin ojos humanos (la mera materialidad del signo «&»). haruhiko & ginebra es la exposición de una historia y una estética de elementos escogidos meticulosamente hasta conseguir las constantes de una peculiar gramática artística debido al furor intelectual y sensible de su autor. Esta red de signos puede comprender un nivel sobre la poética, otro de la erótica, y otro de aprendizaje en la convivencia o paideia conyugal.
La primera regla de tal red es naturalmente sobre sí misma. «La gramática de un arte es el filtro para configurar el mundo». Esta lección rige una red de sutil intertextualidad en toda la novela, pero también es el principio de acción de sus personajes. Se funda en el deseo de comprimir muchos sentidos en pocos signos, pero también en la aceptación y entrega a la naturaleza de estos. Véase el caso de Haruhiko: carente de futuro, pobre y lector, sale a un bar y corteja a una desconocida bajo las coordinadas del Genji Monogatari, la novela de caballerías cuya lectura metódica cumple para suplir su carencia de educación. Debido a esto, el Monogatari de Haruhiko es la lengua cuya gramática articula su gesta de bares y aún su erótica: las prostitutas son cortesanas; los matones, guerreros. La concatenación de sus acciones trasluce propia comprensión y estilización de la legalidad de un mundo de tópicos literarios. Como el Quijote, entiende un mundo de maravillas y de moral clara y sin fisuras. Así, puede entenderse que la primera gramática que expone el libro es la de la novela moderna, la del Quijote: toda ficción es una forma de alienación y sus signos son los de las ficciones que nos han precedido. Simultáneamente, aparece el primer axioma de una gramática del eros: todo amante que consigue a su amada ha triunfado a fuerza de imponer sus fantasías a la realidad.
En efecto, Haruhiko consigue el favor de Ginebra, la prostituta, después de vencer en singular combate al proxeneta y dueño del bar la salamandra. La predilección de Ginebra por Haruhiko no responde a la pasión sino a otra red de signos en que la prostituta yace enfundada por la destreza simbólica de Donayre. La salamandra es un animal que en heráldica significa fuego, es el símbolo de los bomberos incendiarios de Fahrenheit 451, la inminente fantasía de un mundo sin libros. El bar, indica Donayre, es un infierno, tiene un «segundo círculo» e incluye el ojo de una tormenta. La visita de Haruhiko es el símbolo de un descenso a los infiernos, a la ausencia de libros y también al castigo de los apasionados. Como indica Dante, en la Divina Comedia, los amantes incontinentes giran vertiginosos en el ojo de un huracán, en el segundo círculo del infierno, incapaces de vencer su propio ímpetu. Donayre nos hinca la memoria con un signo, la palabra Ginebra, por sí misma, a modo de aguja. En la Comedia, Paolo y Francesca, los dos memorables amantes que conversan con Dante, cometieron adulterio inspirados por la lectura de los amores de Sir Lancelot y la reina Ginebra. Si Ginebra hubiera existido, si no hubiera sido reina de Camelot, debiese pagar sus culpas en ese círculo del tártaro. No obstante, a estas alturas de haruhiko & ginebra, la regla de la alienación entre ficción y mundo disuelve toda distancia entre la soberana, el infierno y la prostituta. Así, la gramática del eros es también una red de tópicos literarios redefinidos por la gramática de la novela: toda historia de amor está confeccionada de signos de libros antiguos que se rehacen en libros nuevos, otra forma de alienación. Por eso, Ginebra no prefiere a Haruhiko por fascinación; lo acompaña por su conocimiento de los hombres, no por incontinencia o instinto. Ha aprendido su lección en el infierno: el estudio de las psicologías y no el acatamiento del deseo; sabe de la contención. Con este nuevo signo en la sintaxis del eros, se puede restituir a la antigua amante, ahora purgada, a la vida de los libros. De ello se sigue una nueva regla de la erótica de haruhiko & ginebra: a amar también se aprende revisando los errores de los amores antiguos (que son los libros antiguos). Pero también se entiende, para el mundo de la novela, que toda invención es una reescritura que, en sí, debe de corregirse (desviarse) para ser por fin propia. Solo corregida, Ginebra es la amante que el artista-corrector, Donayre trenza en su libro. Colofón: toda erótica (no el sexo) pertenece a un libro y el infierno de los amantes es carecer de libros que los inciten. También: sin corrección no hay literatura.
Se entiende así que el amor entre Haruhiko y Ginebra sea en realidad el ayuntamiento de dos redes de sentido cuya articulación resulta exitosa por la mutua transferencia de reglas, de componentes, de visiones, en un ostensible mejoramiento de su capacidad para representar la gramática de su historia, que no es otra, por definición, que la de la realidad. Tal capacidad aleccionadora adquiere una dimensión sensible en las páginas que dejan atrás la épica amorosa y refieren momentos iluminadores de la cohabitación de los amantes. Cada parte, entonces es una lección compendiosa, a veces parábola, a veces imagen, de la belleza, el temperamento, el cuerpo, la poesía de los amantes. Los signos que intercambian los ahora esposos se leen incluso desde el desengaño: pueden ser la ilusión de una misma gramática que no llega a ser sino dos abismos que se sueñan con cierta ilusión: los esposos son, entonces, signos equívocos que se colocan en un mismo enunciado por ignorancia. No es casual que los signos no sean unívocos. En la contemplación de estas escenas de la vida conyugal, Donayre nos anima a aplicar la incertidumbre de la mirada zen: el signo no tiene un sentido hasta que el hombre se interpela por él. Los estadios de la vida conyugal son nuestra mirada en él; el aprendizaje o paideia es un acto único, de quien lo experimenta: la mirada del japonés simple y tradicional, de la mujer narciso refrenada, la del lector literario, la del hombre que busca su espejo y respuesta en los signos de otros hombres.
Por supuesto, el artífice de una gramática así de sintética intuye que cada pieza de su obra es como un sendero hacia la totalidad de las representaciones que imagina en un menudo conjunto de grafías. E incluso en una sola figura, si volvemos al final de la novela. Entendiendo la maquinaria de los signos de haruhiko & ginebra, para Donayre, la página con el minucioso entintado de la «&» sugiere una utópica e imposible gramática de un solo signo cuyo inacabable poder de sugerencia consista en la apertura a la conjunción. Es natural, por tanto, que esta visión suponga algunas otras redes de signos reconocibles, a primera vista. Por citar: el melodrama, el paisaje de la industrialización, el conciso homenaje a la ciencia ficción en el signo salamandra, el fraseo aforístico que idealiza la sabiduría oriental. Pero no debemos olvidar que es la gramática inventada por la imaginación y el rigor de Donayre: conforme a ella, la estampilla que sirve como metáfora en la página doce de la ficción se transfiere la realidad de la tapa del libro y se confirma la vigencia del orden invasor de lo real, propuesto por el novelista, en el objeto que se despliega entre las manos. Una vez más, la ficción del libro es una forma de alienación del mundo.
Resulta un acierto, por tanto, la edición de la nueva novela de Donayre en formato de postal. Es una manifestación de la imposición de la ficción en el primer objeto que distinguen los sentidos como continuo a la ficción: su contenedor. De inmediato, las escenas domésticas de una pareja de amantes a la que la gramática de la inventiva conjuga y distingue (es decir, comunica y separa) se prolonga en la tarjeta que envían los viajeros a un individuo distante con quien el afecto exige comunicación. Así, la postal puede leerse como otra figura «&» a la luz de una mirada zen, rastreando su propia red de signos como objeto de nuestra cultura en contraste y aprendizaje con la historia del libro.
Son, pues, variadas e ingeniosas las estrategias de esta novela postal para sintetizar la totalidad de la vida y el arte, y no debieran sorprender debido a que tal ha sido el procedimiento incansable de la novela moderna. Por eso no puede calificarse de «experimental» a un tipo de texto por ser fiel a una historia de dilatada potencia para transformarse en su capacidad de proferir un mundo con el que compite en variedad y color. José Donayre, entendiendo las inacabables posibilidades de representación del mundo, depura en el signo «&» un icono de vigorosa capacidad de enunciación. Su exhibición desnuda, conseguida en los propios términos del novelista, es un acto de gusto y de rigor. Pero también de confirmación en la singularidad de la elección artística y de restauración del arte novelístico en su más saludable estado. Donayre sitúa su marca sugerente y sin menoscabo en ese espacio de privilegio, y lo corrige y amplía.
Algo de inquietante encierra el denominado signo «et», tanto por el poder de unir dos opuestos o entidades ajenas como por su fascinante esencia gráfica. Adrian Frutiger, en su libro «Signos, símbolos, marcas, señales», refiere que no se trata de una letra ni de un signo de puntuación. Es —precisa el inventor de la letra Frutiger— una figura conceptual externa derivada de la frecuente conjunción latina et [y], cuyo empleo data ya de muchos siglos y que permanece en vigor.